Ya no hablamos de cambio climático, sino de una nueva realidad climática. Una realidad que, sea cíclica o no, lo cierto es que afecta tanto al ciclo vegetativo de la vid como a los estilos de vinos.

Los inviernos son cada vez menos fríos y duran menos, los veranos son más largos y extremos y, lo más importante, las inclemencias del clima se suceden: fuertes heladas (como ocurrió en 2017), olas de calor constantes y sequía (como ha pasado en 2022), lluvias torrenciales, tormentas de granizo cada vez más fuertes… Son desafíos a los que nos enfrentamos los que nos dedicamos al cultivo de la vid, que, por desgracia, parece que cada son más habituales, por lo que tenemos que dedicar nuestros esfuerzos a mitigar estos efectos con decisiones que afectan tanto a nuestra viticultura como a nuestro trabajo en bodega.

Retos en el cultivo de la vid

El aumento de las temperaturas provoca, entre otras cosas, que los periodos vegetativos de crecimiento de la planta sean más rápidos, y con ello, graduaciones más elevadas, que la acidez de las uvas y de los mostos vaya en disminución y que se comiencen a ver ciertas plagas que hasta ahora no estaban presentes en nuestras latitudes.

Por ello, un correcto manejo de la gestión tanto del suelo como de la vegetación de las cepas, con el fin de que estén equilibradas es fundamental. Y en Rioja Alavesa somos especialmente cuidadosos con esa práctica cultural, ya que cada viñedo tiene unas necesidades, porque la diferencia de orientaciones es acusada: los racimos deben tener una correcta exposición solar, que estén aireados para que maduren bien, pero sin achicharrarse.

Las escasas precipitaciones invernales, como las de este año, tampoco favorecen una correcta brotación y desarrollo de las yemas. En los meses primaverales y de verano estamos viendo desajustes temporales de precipitaciones (abundando las tormentas fuertes frente a las lluvias tranquilas y largas) que favorecen la erosión de los suelos y arrastre de tierras. Por no hablar de los problemas de desertificación, en muchas ocasiones producida por los incendios.

Así mismo, nos podemos encontrar con bloqueos fotosintéticos en la planta que limitan las maduraciones equilibradas de las uvas y con ello la de un escenario óptimo para la elaboración de vinos elegantes, frescos y con gran capacidad de guarda.

¿Qué podemos hacer para conseguir el estilo de vinos que nos gustan? Por suerte, el empleo de variedades históricas, que han estado presentes siempre en la zona, y su uso en la mezcla de los vinos, nos ayudan. Y es que ya en los años 80 nuestro padre apostó por recuperar variedades tradicionales de nuestra tierra que estaban desapareciendo y reinjentarlas.

Mirar al pasado para garantizar el futuro.

La búsqueda de suelos más frescos y viñedos a mayor altitud son otras de las acciones para lograr ese ansiado balance. Samaniego es uno de los pueblos más frescos de esta zona al estar situado en las mismas faldas de la Sierra de Cantabria y contamos con parcelas a más de 630 metros sobre el nivel del mar. Sin duda, la ubicación es un privilegio.

Prácticas enológicas

En bodega, mimamos las uvas para que den su mejor versión. Para ello, un control, constante y exhaustivo de las maduraciones de las uvas a lo largo del proceso, caracterizando cada una de las parcelas con sus propiedades, virtudes y problemas, mejorando el conocimiento cada año. Para luego en la fermentación, mediante extracciones y maceraciones contenidas, fermentaciones pausadas y crianzas muy controladas, en las que la fruta sea protagonista, forman parte de nuestro saber hacer para preservar la identidad de los vinos.

A todo ello, es preciso añadir las prácticas que todos podemos llevar a cabo para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Pero eso te lo iremos contando en detalle más adelante.